LOS MAESTROS DE LA SOSPECHA
Aunque tradicionalmente se han considerado tres los autores merecedores de este título (Ricoeur, 1965), el palmarés no quedaría completo, en nuestra opinión, sin añadir a Charles Darwin al grupo. Al margen de la cronología, la primera conmoción intelectual se la debemos a Nietzsche al asesinar el concepto de Dios (Así habló Zaratustra, 1883) perdemos así al Padre como referencia y debemos enfrentarnos a una independencia perturbadora. El segundo schok lo proporciona Darwin cuando, además, demuestra que la «imagen y semejanza» no la debemos buscar en los cielos sino en el lodazal de una generación espontánea, arbitraria y cruel. Ésta es la aportación fundamental para una sospecha total (El origen de las especies, 1859)
La obra de Sigmund Freud ahonda la negación de nuestra naturaleza sublime y nos conduce a reconocer lo poco que sabemos de nosotros mismos (La interpretación de los sueños, 1899) despojándonos incluso de un grado suficiente de conciencia real. Para terminar, esta brevísima exposición acerca de la verdadera naturaleza de nuestro medio, Karl Marx (El capital, 1867) nos enfrenta evidentemente a la rigurosa esencia de nuestra conducta: el poder y la manifestación física concreta de ese símbolo: el dinero.
Cronológicamente es Darwin el primero en remover nuestro anterior confort etimológico y cultural, sólo ocho años después sería Marx quien completaría el análisis sobre las motivaciones de nuestra conducta y dieciséis más tarde, el filósofo prusiano rompe el cordón umbilical que nos hacía únicos. La producción freudiana, pese a sus muchos detractores y la crítica feroz sobre su cualidad científica, no ha podido dejar indiferente al mono desnudo que, ahora sí, muestra sus vergüenzas completamente expuesto.
En nuestra opinión, en los cuarenta años en que se producen estas aportaciones revolucionarias, se construye la verdad incómoda que no queremos reconocer. Es sorprendente el escaso aplauso que unos y otros han recibido y todos, incluyendo al biólogo inglés, continúan soportando los argumentos controvertidos a propósito de su obra y su persona.
Charles Darwin (1809-1882) nace en
Aunque la obra de Darwin necesitó de aportaciones posteriores para alcanzar toda su coherencia (singularmente la obra de Mendel) y aún hoy, muy probablemente, quedan importantes aspectos por dilucidar, la lógica de su planteamiento sorprende incluso al sentido común, pero es uno de los mejores ejemplos de «verdad incómoda».
Sigmund Freud (1856-1939) nace en
La estructura freudiana de la personalidad, guarda relación con descubrimientos anatómicos y neurológicos posteriores; sin embargo, la fobia sociológica que inspira ha sido suficiente para recluir en el ámbito de la cultura o en el margen de la «pseudociencia» las aportaciones originales del psicoanálisis.
Friedrich Nietzsche (1844-1900) nace en
El superhombre nietzscheano podría ser, en términos de Lorenz, el verdadero Homo sapiens que aún está por advenir. Evidentemente, una condición previa será el abandono de toda mitología y el aprendizaje del control emocional.
Karl Marx (1818-1883) nace en
La obra marxista debería haber llevado un título más sugerente; por ejemplo: Los nuevos y sofisticados métodos de esclavitud. Cómo el capitalismo es capaz de reinventarlo todo. Sin más, habría sido captada, comprendida y puesta en práctica de manera mucho más eficiente. Es probable que una cierta ingenuidad, consecuencia de su confianza en el proceso dialéctico, le descuidara a la hora de ver la capacidad adaptativa del monstruo que combatía.
No pudo prever el concepto de Globalización, ni la cantidad de guerras sectoriales que apoyaría el sistema para diluir la «lucha de clases». Tampoco tuvo, a pesar de su admiración por Darwin, la perspectiva etológica para interpretar los conflictos humanos, algo que por el contrario, dominan a la perfección y después de grandes inversiones, sus contrarios.